La
experiencia turística en el Delta del Orinoco es una sensación salvaje,
natural, apacible. La combinación perfecta de estos elementos te hace olvidar
de la ciudad, y si eres un apasionado de los ambientes naturales como yo, en
algunas partes te sientes como en un documental de exploradores. Las aves, los
monos, las toninas, caimanes, los árboles, el agua, TODO.
La parte
más cruda sin embargo, puede ser el contacto con las comunidades indígenas
Waraos, su vida no es fácil, es diferente a la citadina común. Sus artesanías
son impactantes, no dudes en llevar efectivo para comprarles sus figuras
talladas en Sangrito (la madera de la raíz de un árbol que se presta muy
fácilmente para este tipo de artesanía), los chinchorros son los más caros,
pero son obras maestras.
Nuestro
alojamiento en el campamento fue una delicia, rustico pero confortable
totalmente, tienes una vista única frente al caño Manamo, ves el agua bajar y
subir con la marea desde la terracita de la cabaña o desde la parte delantera
del campamento. Una experiencia de inmersión y relajación que ningún spa puede
emular.
Puedes
practicar la pesca de pirañas (yo no saqué ni un pez dorado, pero los niños que
fueron conmigo hicieron fiesta, eso si, siempre regresándolas al agua).
De todos
los lugares que he podido conocer en Venezuela y todos los atardeceres y
amaneceres, los que presencié en el Delta del Orinoco, son los más impactantes
en mi lista hasta ahora. El reflejo del sol saliendo u ocultándose sobre la
superficie espejada del agua, en esos tonos que se entremezclan de anaranjado y
rosado, para poner al final de cualquier película definitivamente.
Si no vas
al Delta, te estás perdiendo de algo ÚNICO. Ve, que haces leyendo esto todavía?
No hay comentarios:
Publicar un comentario